Lucha por el poder simbólico
Natalia Aruguete y Nadia Koziner reflexionan sobre la intervención a la Afsca y la Aftic como espectáculo político en medio de una disputa simbólica por el poder.
Tiempo atrás, los medios de comunicación disimulaban sus apuestas políticas bajo el discurso de la objetividad, al presentarse a sí mismos como foros para el intercambio discursivo de otros actores. En el escenario actual, circunscribir su función a la de diseminadores neutrales de información es subestimar el rol que cumplen en el proceso de formación de la opinión pública: mediante la selección, la omisión, el énfasis y el enfoque de los hechos que convierten en noticias, plasman una particular posición política.
La doble relación que las empresas periodísticas traban con el espacio público y el ámbito político se inserta en un proceso de acuerdos y disputas alrededor de la generación de sentido público. Lo que prima fue, es y seguirá siendo una lucha por el poder simbólico. Pero esta activa participación no les garantiza que su postura sobre ciertos acontecimientos tenga un real impacto en la agenda pública y en la agenda política. No todas las noticias generan interés por sí mismas; la espectacularización y el relato de situaciones como crisis generalizadas suelen contribuir a un mayor poder de agenda por parte de los medios. Desde esa lógica dramática, las noticias tienen mayores probabilidades de ascender al juego de la política. Los titulares de tapa publicados por los principales periódicos a raíz de la intervención de la Afsca y la Aftic son ejemplos elocuentes para describir los principales rasgos de la lógica discursiva del espectáculo político: la personalización, la dramatización y la simplificación. Estas operaciones adquieren suma relevancia en este contexto pues, si el discurso de los medios de comunicación nunca es neutral, mucho menos lo es cuando trata eventos políticos que tienen impacto directo en el campo del sistema que integran y en el que se desarrollan. A la vez, las características que adopta el mercado de medios de comunicación tienen consecuencias en el juego democrático, pues los medios son –o deberían ser– herramientas para el ejercicio de la ciudadanía.
Las convenciones periodísticas instalaron una tendencia irresistible a focalizar su atención en los actores, en desmedro de los contextos en que éstos tienen lugar. Enfatizar las actuaciones heroicas o escandalosas de los funcionarios –“Sacan a Sabbatella” (La Prensa) “... por ‘rebeldía’ a acatar las políticas de gobierno” (Clarín)–, puede ser más excitante que abordar el panorama estructural e institucional que subyace al protagonismo de los actores.
Las noticias no son descripciones asépticas de acontecimientos objetivos. Como los melodramas, arman escenarios polarizados descriptos de manera maniquea, donde es posible diferenciar a los agentes del bien de los del mal, a las víctimas de sus victimarios –“Macri decreta el fin del control kirchnerista de los medios” (El País)–. En su descripción de la noticia dramatizada, el investigador norteamericano Walter Lance Bennett afirma que es más “fácil” concentrarse en combates políticos, en sonidos furiosos y visiones exaltadas de batalla que poner el foco en el poder y los procesos: “Escándalo por la intervención de la Afsca” (Crónica),
¿Qué implicancias políticas, sociales y culturales tendrá esta decisión? No hay espacio ni tiempo para una revisión estructural en el título aparecido en la primera plana de un periódico. Con el ojo puesto en el rating, se crean controversias alrededor de las decisiones políticas. No es menor la “necesidad” de poner de manifiesto que esta medida “eleva la tensión con el kirchnerismo que se resiste a abandonar el control de los medios” (El País).
En este punto, la atribución de responsabilidades alrededor de los eventos consolida la clara identificación de un actor político y su implicancia en un tema. La creación de héroes y demonios efímeros fija en la memoria pública nombres propios distribuidos alrededor de dicha polémica: “... Aguad acusó de rebeldía a Sabbatella” (La Prensa); “El Gobierno fue a la Justicia para echar a Sabbatella y a Berner de la Afsca y la Aftic” (El Cronista). “Echaron a Sabbatella y eliminarán la Afsca” (Perfil).
El espectáculo político tiene implicancias sobre la actitud de las personas. La proliferación de héroes y villanos empaquetados en dramas políticos, despojados de todo contexto, genera cinismo y frustración. Alienta a la audiencia a abandonar el análisis político, le dice que su rol es menor, pasivo. En definitiva, le genera un sentimiento de impotencia donde sólo cabe la queja.